viernes, 5 de junio de 2009

La Gran Ciudad


Hace un par de días por razones diferentes, he tenido que cruzar esta gran cuidad donde me ha tocado vivir. Para llegar al punto de visita he recorrido en diferentes dirrecciones guiada por los puntos cardinales o bien por la salida del sol que por estos dias nos visita radiante y sin ganas de abandonarnos.


Me llamó profundamente la atención la tremenda segmentación en la cual estamos incertos, claramente identificadas están las concentraciones humanas, tanto por el lugar donde se mueven, por los modelos de vestuario y lenguaje, y por último por las lucas, los cuales les hace acreedores de diversos apodos. Todos ellos bajo una misma atmósfera que no discrimina, asignada con el extrangerismo smog.


En este escenario, es que aparece en mí, la fuerza de la rebelión, y el dolor al caer en la cuenta de las tremendas desigualdes sociales que hemos sido capaces de crear en virtud de un solo criterio: el "señor dinero" que todo lo cruza; la vivienda, la educación, la salud, el comercio, los espacios públicos, y porque no decirlo hasta las Iglesias.


Transitar por los diferentes barrios me permite ver y sentir las irreconsiliables diferencias, si hasta los olores revelan el lugar. Entonces rezo ¡Cómo hemos empobrecido Señor!



A pesar de nuestros triunfos financieros como país, a pesar de la crisis económica tan bien manejada y el virus de influenza humana tan bien enfrentado, a pesar de todo ello no resucitamos como pais, no nos hacemos cargo de lo que propone Cristo en sus palabras.



No caemos en la cuenta que hemos asumido la postura de la vanalidad y complacencia frente a la clasificación urbana, ella nos parece bastante normal. Allá ellos con sus costumbres, total cada uno en su territorio... ya no nos hablamos, no nos tocamos, no nos miramos.

Con esta actitud hemos dejando entrar en nuestra alma el recelo, los escrúpulos y hasta el desprecio de uno hacia los otros.


Dos grandes ciudades en medio de una sola región fisica; ¡Cómo hemos empobrecido Señor! Llegando a negar la existencia del otro, matando lo màs hermoso que poseemos como herencia cristiana el amor al projimo.


La riqueza en un lado, con sus hermosas y confortables casas, sus espaciosas y bien diseñados áreas verdes, que expelen agradables olores frutales, sus grandes y bien iluminadas avenidas, su comercio con los mejores productos, en fin, todo "filete" como señalaba un amigo mío para tal grupo humano.



Por otro la pobreza con su casas propias pareadas y un ambiente de tan poca privacidad mostrado tan claramente en las película "chacotero sentimental", con espacios públicos a tierra pelada, con negocios por todos lados, con iluminarias de cartón y lo más notable: un sin fin de carros cocinas que ofrecen las más variada de las especies fritas, todo diametralmente diferente, todo" flaite " como señalan muchos para este segmento que convive bajo el mismo sol , porque el aire tampoco es igual.


¡Dios mio, cómo hemos perdido el norte! Nos hemos convertido en analfabetos espirituales al optar por ni siguiera hacer contacto visual con cualquiera de estos grupos, ni menos entablar relaciones con ellos. Cada uno en su sitio con límites bien definidos donde ni uno ni los otros pueden convivir juntos.



De todos modos, cruzar la ciudad de un extremo a otro es cosa interesante. Me permite examinar el fenómeno de la segregación y discriminación, preguntándome ¿Qué nos ha pasado que hemos perdido la humanidad? ¿Dónde y cuándo dimos paso a este penoso y conmovedor espectàculo?¿ Hasta que punto hemos sido fiel al mandato del Señor en sus palabras "amense los unos a los otros"?

Señor hazte visible en aquellos que hemos convertido en "invisibles". Permítenos tu resurrección de modo que seamos capaces de salir a la calle y toparnos amorosamente con ese otro. Haznos conscientes de nuestras bajezas en medio de esta ciudad tan bien llamada por los españoles SANTIAGO DEL NUEVO EXTREMO ". Al parecer la analogia no es tan antigua, es de hoy y vaya que se nota.


No hay nada más dañino que los extremos, es por eso que estoy cierta que mas allá de nuestras creencias religiosas, de nuestros afanes y de nuestro status, la geografía humana de esta ciudad debe cambiar. No hay derecho que siendo cristianos vivamos en la indiferencia y la aceptación de la máxima "cada uno en su lugar".


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