
Hace algunos días, los cristianos celebramos una maravillosa fiesta PENTECOSTÉS.
Por la estación del año en la que estamos, el clima se presenta frío con bajas temperaturas que invitan a permanecer en casa, más aún en estos tiempos en que se nos informa hasta el cansancio que tenemos que estar alerta y cuidarnos de todos los males que nos acechan, incluida la influenza humana.
En este contexto y sin mayor información pública,los creyentes nos acercamos a Pentecostés , Gran fiesta que pasa a ser silenciosa en contraste con tantas otras, como los Días de la madre, el padre, el niño etc. que sí celebramos a como de lugar, estando siempre disponibles para el encuentro y la celebración.
¿Cómo los cristianos podemos encontrarnos con el Espíritu Santo y experimentar su presencia, si no le tenemos en cuenta en nuestras fiestas?
Fue en una de las tantas vigilias comunitarias vividas, que comprendí el significado de su manifestación en cada uno de los presentes. Nadie estaba preocupado de la temperatura ambiental, todos cantando con alegría, entregando bendiciones, cada uno decentrado y lo más hermoso capaces de vivir la experiencia reunidos en comunidad.
¡Es que el Espíritu Santo, agita, sacude y nos pone en movimiento haciendo desaparecer los miedos que nos paralizan y nos encierran!
El entusiasmo y gozo en el alma inundaba el ambiente. Verdaderamente era una fiesta grande, porque el milagro de la unidad estaba presente. Allí todos, independiente de nuestras personalidades, nos sentimos enviados, cada uno con sus talentos, su vida, su historia... estabamos dispuestos a salir con un solo lenguaje: el del Amor. Porque no hay nadie que se resista ante una palabra , una mirada o un gesto cuando es expresado con amor.
La presencia de lEspíritu Santo inundaba el ambiente, el calor humano se hacia presente y la fuerza de la renovación nos permitía estar màs unidos a Jesús.
Estabamos recibiendo un gran regalo, los dones del Espíritu, los que en la medida que permanescan vivos en nosotros, podremos cumplir la misiòn encomendada. Unos a proclamar el Evangelio, otros a servir en apostolados, algunos a acompañar a los enfermos, en fin todos con un sentimiento común: ser actores activos en estado de gracia, miembros de una comunidad vital, que tiene como expresión el gozo y la fuerza del Santo Espíritu.
Ahora bien, con este acto y acontecimiento tan maraviloso, nos corresponde hacer un exámen de conciencia para llegar a comprender el porqué esta fiesta es tan silenciosa socialmente y cual ha sido el grado de responsabilidad como cristianos para no difundirla como merece.
Pidamos entonces, una y otra vez, porque seamos capaces de entrar y hacer cercana la fiesta de Pentecostés. Ella nos haría muy bien para nuestra sociedad tan sumida en sus propios encierros. Ella debiese estar marcada a fuego en nuestra agenda para no dejarla pasar por ningún motivo. Todavía es tiempo, los caminos de Dios son infinitos y esta fiesta es uno más, para cumplir nuestra misión apostólica tan indispensable y urgente.
Entonces adelante, hagamos todo lo imaginable para que este gran día y fiesta sea tan publicitada y celebrada como las demás.
Por mi parte te puedo ofrecer mi entusiasmo, alegría y mi persona, para que seamos muchos más los que hagamos posible un Pentecostés social en espíritu de unidad, justicia y paz.
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